sábado, 15 de agosto de 2009

A Modo de Testimonio

Conocí a Víctor siendo él mi profesor de Teatro, en la UNE La Cantuta, el año 1969. Entonces, no sé si hasta ahora, era obligatorio llevar un curso lectivo de Arte, como parte de nuestra formación profesional. Fue así como incursioné en el mundo del teatro, el que, dicho sea de paso, me fascinó desde un principio.
En el verano de 1970, Víctor me convoca para integrar el naciente Grupo de Teatro Campesino; convocatoria a la que gustoso accedí. Ya integrado al Grupo, iniciamos un trabajo intenso de difusión, de casi todas las obras de Teatro Campesino, recorriendo muchos pueblos del interior del país, así como los barrios populares de Lima, Universidades, colegios,sindicatos, clubes provinciales, barriales, etc.
A los integrantes del Grupo nos unía la convicción de que sí es posible construir un Perú nuevo, distinto del que heredamos; y el Teatro debe estar al servicio de esa causa, debe crear conciencia, en el pueblo, acerca de esa necesidad.
En esa línea, nuestro trabajo fue dirigido, fundamentalmente, a los sectores populares. Así, casi todos los estrenos los realizamos en el interior del país o en los barrios populares de Lima. Por ejemplo, “La Yunta” la estrenamos en la Comunidad Campesina de Ahuac (Huancayo); “El Cargador”, en el patio de la Universidad de Huamanga (Ayacucho); “El Arpista”, en el local de SAYCOPE (Rímac); “El Turno”, en el Pueblo Joven El Altillo (Rímac); etc.; todos, con un lleno de público que, en su mayoría, asistía, por primera vez, a un espectáculo teatral.
Nuestras presentaciones las hacíamos en ambientes y “escenarios” inesperados: el atrio de una Iglesia pueblerina, los tablones donde se esquila al ganado, el galpón de una hacienda abandonada, las faldas de un cerro, la Plaza de Armas de un pueblo, la boca de una mina, etc., etc.
Durante los más de 6 años de intensa actividad teatral, de 1970 a 1976, nuestro trabajo nos dio satisfacciones, tanto personales como grupales. Disfrutábamos de cada éxito, celebrábamos cada cumpleaños, bromeábamos mucho durante los viajes, compartíamos carencias y “abundancias”; es decir, éramos casi como una familia. También, como no, aprendimos mucho de la gente del pueblo: compartíamos sus faenas, sus fiestas, sus comidas, sus preocupaciones, sus denuncias, sus luchas y sus triunfos.
Las vivencias, durante esos más de 6 años, también estuvieron matizadas de anécdotas. Quisiera, si la memoria no me falla, recordar algunas de ellas y compartirlas con ustedes. Aquí va una: en Huánuco, teníamos que presentar “La Yunta” , invitados por una Cooperativa Agraria; cuando coordinábamos los preparativos previos a la función, uno de los cooperativistas nos dice que todo está listo, pero que hay un solo inconveniente; ¿cuál es?, preguntamos; “es que nuestro local está en el tercer piso de un edificio”, nos dice; entonces le decimos que ese no es ningún problema; a lo que, muy ingenuamente, nos contesta: “pero, ¿cómo van a subir los toritos hasta el tercer piso?”. Otra sucedió en una Parroquia de Jauja; los actores ya estábamos caracterizados como personajes, vestidos y maquillados como campesinos, cuando, de pronto, me dan ganas de orinar, por lo que tuve que ir al baño de la Parroquia. Cuando ya estaba de regreso, aparece una monja y, al verme, se pone nerviosa y empieza a gritarme: ¡qué haces aquí cholo!, seguro has entrado a robar, ¡fuera de aquí! Si no quieres que llame a la policía”; cuando le expliqué todo y que no era ningún cholo ladrón, se disculpó y me dejó ir. Una última. Ésta me sucedió en plena actuación con Víctor, en una de las pocas veces que actuó, pues, él era el Director del Grupo; en un momento la mente se me puso en blanco y se me olvidó el parlamento; Víctor me miraba, entre preocupado y que le ganaba la risa. Entonces, él toma la iniciativa y me dice: “¿coquita traes tayta?” y yo respondo aliviado: “sí hijo, coquita traigo”, y así se reinició el diálogo. Sucede que yo tenía que haber dicho “coquita traigo, hijo”.
Bueno, finalmente, quiero saludar la feliz iniciativa que han tenido los hijos de Víctor, pues hará posible el reencuentro, después de más de 30 años, con Yola, Lorenzo, Nilo, Roberto, Carlos, Blanca, Tito, Pablo, Gaspar, Teodosio, Aurora, Rosa, Ricardo, Néstor, y, por supuesto, recordar a Sarita, que en paz descanse; y a Víctor, que nos acompañará a la distancia.


Nicanor Jiménez Jaimes, el “Tío Juan”

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